Que no salga de aquí: me compré “Laguna” (Alfaguara, 2018) pensando en regalarlo por su cumpleaños a uno de los insignes “párrafos” que aquí, en esta misma web, escriben y reseñan. Aunque -debo decir- eso no es toda la verdad. También lo hice porque apenas supe que Álvaro Bisama había sacado libro nuevo, de alguna manera tenía que decir presente, apoyar la causa. Sabía, en el fondo, que el regalo era un pretexto: la novela jamás llegaría a destino y quedaría en mis manos.
Soy un “bisamista”, se sabe; aunque nada forzado. Casi por inercia. Desde la bizarra e inclasificable “Caja Negra” (Bruguera, 2006) quedé prendado del camaleónico estilo de este profe de castellano y pedagogo de la literatura, compañero generacional de Baradit y Francisco Ortega -y al igual que ellos abanderado por lo freak-, pero aventajado en talento y laureles. Luego, y aunque radicalmente distintas en temática, influencia y narrativa, sus novelones “Estrellas muertas” y “Ruido” (no me pregunten cómo diablos) llegaron casi automáticas al estante familiar. No las busco tampoco, pero termino a menudo leyendo sus críticas y reseñas en la Qué Pasa.
Lo que toca Bisama queda bien. Coherente, con sentido, aún recurriendo a pocos elementos en este caso: dos amigos -o conocidos-, el Chino y el narrador (cuyo nombre nunca se devela), que por mala cueva o el destino quedan atrapados en una interminable noche de armas, drogas, violencia y desenfreno en parajes irreconocibles de una geografía reconocible: Viña, sus calles, sus playas, su festival, su verano, su laguna. “Laguna” es una vorágine gris, con un tono escritural que permanentemente tensiona al lector, no le da tregua, lo contamina, lo fragmenta y lo arrastra a la inevitable y decadente espiral en la que -en todo momento se presume- terminará la historia.
Con un estilo avezado, algo “maldito”, infestado, el autor presiona las teclas adecuadas en este thriller gótico -como lo catalogaron algunos medios- que además contiene, sobre la última parte, un cuento tan impresionante como retorcido: la historia de Luis XVI, el Rey de Francia, y su errático escape que culminó con sus pasos extraviados en el campo de los Andes. Una vez más, Bisama no falla.
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