Viejo jamás obsoleto

Imagen de Julio Bustamante

Supe de Juan Ostoic por Instagram: caminaba despacito y tiraba la talla ¿Qué hacía alguien tan mayor en un diario? Lo ubiqué, lo llamé y al verlo quedé impresionada: yo, con 22 años, mido metro y medio; él, con 87 años, 1,90. Conversamos tres horas y esto es lo que escribí para una asignatura universitaria. Hoy, tras su muerte, lo publicamos como un homenaje


A pasos cortos y rápidos llega Don Juan, acompañado de un joven que lo ayuda a llegar a la recepción. Son pasadas las 5 de la tarde y hoy viste una camisa verde, chaqueta y pantalones café oscuro. Tiene 87 años, escaso cabello, piel suave y clara. Bigote a ras. Orejas y nariz grandes. Cejas consistentes, desbordadas. Encorvado pero aún alto.

Al sentarse, su cara se arruga con desagrado, rápidamente se acomoda a gusto e indica que me siente a su izquierda, donde tiene un audífono ortopédico instalado hace un mes. «Esta tontería se me echó a perder y ahora que tengo uno nuevo puedo escuchar mejor y hablar más», dice don Juan Ostoic.

-Usted fue entrenador de básquetbol antes en la Unión Española y…

-¿Cómo jugador no sabe nada de mí?– interrumpe.

-Por supuesto, una vez fue el jugador más joven del básquetbol chileno y además junto a su equipo fueron a los Juegos Olímpicos en dos ocasiones, y la última vez, en Melbourne en 1956, usted dijo y cito: “Chile no va más a los Juegos Olímpicos”. ¿Por qué dijo eso?

-Bueno, por una razón muy sencilla, dice, con suspenso en su voz y mirada fija. Inevitable no quedar atenta.

EL BOOM DEL SALITRE Y DEL BÁSQUETBOL CHILENO                                                   

La historia de Don Juan se remonta al año 1880, cuando el oro blanco causaba furor en el norte de Chile y los croatas comenzaron a llegar. Uno de ellos fue Juraj Ostoic, quien había arribado con su padre que instaló una tienda de abarrotes.

Juraj tenía 19 años cuando decidió llevar el negocio familiar y casarse con Katica Zlatar, una prima lejana a quien conoció en su infancia. Habían estado envíandose cartas hasta que aceptó viajar y contraer matrimonio. Tuvieron dos niñas y un varón, Juan Benito Ostoic Ostojic, nacido en 1931.

Vivían en Huara, un pueblo a 47 kilómetros al noreste de Iquique. Allí, había terrenos baldíos en los que Juan dio pie a su trayectoria deportiva. Su inicio en el básquetbol fue a los 10 años en el club Chung Hwa.

Luego, mientras estudiaba Educación Física en la sede de la Universidad de Chile en Iquique, se convirtió en la gran promesa del básquetbol chileno bajo el puesto de pivot. Tras la derrota de su equipo en los olimpiadas de Melbourne en el 56 declaró que Chile nunca más iría a los Juegos Olímpicos. Y así fue.

-Nosotros aprovechamos la oportunidad que se nos dio, pero no progresamos en la misma forma que los europeos. Después de la guerra ellos se pusieron las pilas y empezaron a mejorar en todos los deportes.

Un año después volvió a Iquique, a su alma máter para entrenar a niños.

-Me licencié en técnicas administrativas, pensando en administrar el deporte. Fui entrenador hasta que se me dio la oportunidad y me vine a Santiago, en el 68.

Primero estuvo solo. Y al año siguiente llegó su esposa Beatriz y sus primeros hijos. Don Juan hace una pausa, levanta nuevamente la voz y luego su mano izquierda para enrostrarme su anillo: “Llevo 56 años casado”.

Zarko, su hijo mayor, vive en Coquimbo, mientras que Vania -«mi niña, mi única hija”- se ha doctorado. Zoran, el menor, es abogado y docente universitario.

DEL PERIODISMO AL EXILIO

Al trasladarse a Santiago, Ostoic se adentró en el periodismo. Hacía crucigramas y escribía sobre deporte. Trabajó en Clarín y después en Puro Chile. Poco después de cinco años sucedió el golpe de Estado, cerraron los diarios y pasó a ser un exiliado económico.

Se dirigió a Puerto Rico como primer destino por una oferta laboral para ser entrenador de un equipo en un pueblo llamado Quebradilla. Sin embargo, nunca se concretó. «Los gringos no me quisieron recibir porque era allendista», cuenta.

Su siguiente parada fue Venezuela. Después de un año llegó su familia y permanecieron ahí por 7 años. Aquella la recuerda con cariño: «me ayudaron muy bien».

De pronto, reflexiona sobre la situación actual del país vecino y realiza comparaciones con Cuba.

-¿Estuvo en Cuba también?

– Nunca. Pero leo mucho.

Desde chico le gustaba saber cosas.

-Fui muy buen lector siempre. Leía en la calle. Había puestos de diarios chiquititos con una parte donde se podía sentar. Entonces yo, con 10 o 20 centavos, me leía una revista, un comic.

-¿Y en el colegio cómo era?

-¿En el colegio?- dice moviendo su mano en negación con una sonrisa en su rostro. -Yo era flojo a reventar, un niño revoltoso. Revoltoso, pero inquieto.

De pronto, se exalta con alegría al ver a alguien acercándose.

-¡Me voy de vacaciones, Don Juan!

– ¿Pa’ dónde te vai?

-De vacaciones, Don Juan.

-¿Y cuando vuelves?

-A mediados de noviembre.

-Ya, te cuidas mucho.

-Si po Don Juan, usted igual cuídese. No salga mucho, le indica riendo una joven periodista de La Tercera, compañera de piso. Los sesenta años de diferencia no se convierten en distancia.

-Yo creo que cuando uno es mayor, refleja su infancia. ¿En qué sentido? -se pregunta solo y se responde- Uno tiene que ser accesible, bondadoso, sin preocuparse de leseras, y eso lo da una infancia feliz. Sin traumas internos de ningún tipo.

-O sea, ¿usted dice que no tiene traumas?

-¿Por qué no? Pero son mínimos.

PALABRAS CRUZADAS

En aquel piso 14, Don Juan usa el computador de vez en cuando siempre acompañado de algún diccionario. Ademas de compañeros periodistas.

Le menciono un artículo reciente que realizaron sobre él para la sección de “Viejos choros” y le pregunto sobre unos sueños y proyectos no especificados en el artículo.

-Bueno, yo siempre estoy lleno de proyectos. Siempre. No me preocupa si salen o no. La gracia es que un sueño puede ser realidad-, dice con esperanza, como un niño.

Con entusiasmo se acerca a su bolso que está en la mesa frente a nosotros, lo toma con dificultad. A continuación, saca una libreta de 15 por 10 centímetros. Un poco desgastada, con un dibujo como del Señor Lápiz. Dentro de ella hay varios escritos con lápiz de mina. A continuación advierte: «Mira la lista que tengo para hacer los puzzles». Son alrededor de 30 nombres escritos, en letra pequeña pero aún así legible.

-Tengo a Russell Crowe, el gladiador, y cantantes: el Barry White, la Renata Vivaldi, una soprano. ¡Los puedes ver todos en internet!” -indica mientras repasa la lista con su índice izquierdo leyendo los nombres en voz muy baja, revisando cuidadosamente.

La primera vez que hizo un crucigrama fue a las 8 de la noche: «Hice lo mismo del formato que hizo el Donato Torechio (anagrama para Horacio D’Ottone, profesor de Estadísticas de la Universidad de Chile, y el primero en Chile en hacer el puzzle compacto).

-El nombre de un personaje arriba, con su foto. Una L invertida, fotos pa’cá, fotos pa’llá, señala moviendo sus manos. De pronto, silencio. -Lo terminé a las 10 de la mañana-, dice con rostro cansado y asombrado.

-¿Gusto o trabajo?

-Eso no me lo habían preguntado. Pronto lo descifra: «Era porque me gustaba. Si estaba 12 horas, me tiene que gustar. Eso fue».

-¿Puede hacerlo en una hora?

-Claro. Me demoro más porque como chocolates, voy a tomar té, salgo por ahí. No me preocupo, pero si me dices ‘necesito el crucigrama en una hora’, lo tengo.

Debido a su edad, asiste tres veces por semana, días aleatorios para terminar y entregar sus crucigramas.

-Acá en la oficina los cruzo, pongo las claves. Por una razón muy sencilla: mientras menos pistas le des a un crucigrama, más difícil va a ser resolverlo. Llegué a la conclusión de que yo tenía que ayudar a la gente. Entonces ponía -y aún pongo- 3 o 4 dificultades, no más.

Le cuento que hay quienes suben sus crucigramas resueltos a redes sociales agradeciendo a Jota O, como él los firma. Pero él ya sabe sobre estas personas.

-Lo que más me agrada es la gratitud de la gente, los que han sufrido algún tipo de estrés, que se han divorciado. Es un apoyo mental. Te despeja. No te preocupas de lo que tienes que preocuparte.

-¿Ahora va a trabajar?

-Ahora tengo que trabajar… aunque parezca mentira.

Como periodistas, en la universidad se nos recalcó que no debíamos recibir ni aceptar regalos. Le cuento a Don Juan mientras le entrego unos dulces. Le comenté que a mí también me gustaban mucho las golosinas. Él los miró, me sonrió y dijo: “Bueno, ya que a ti también te gustan…”.

Y de pronto, de aquella chaqueta café, sacó una bolsa celeste que se traslucía y vislumbraba todo tipo de chocolates. Tomó uno, me lo dio, sonrió nuevamente y me deseó buen viaje.

Entrevista realizada en octubre de 2018; la fotografía muestra al equipo del diario Puro Chile y su autor es Julio Bustamante.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*