La venganza de las dunas (nota completa)

¡Están vivas¡ No son arena muerta, se mueven, avanzan, retroceden, parece que atacaran a los invasores, se les meten por los pequeños orificios, entran a las casas, marcan su territorio como animales desesperados, quieren volver a su cauce, como ríos encuadrados, no se conforman…parece que quisieran vengarse de quienes tratan de dominarlas, reducirlas, aplastarlas bajo una bota de cemento. No sólo están vivas, parece que quieren vengarse.

Fueron condenadas a desparecer entre el cúmulo de departamentos, fríos cubículos construidos en serie, mo poblaciones de cemento, en el corazón del místico campo de arenas, el mismo que colgado del abrupto litoral mira al Pacífico y al pujante desarrollo urbano que un día usurpó su otrora libre y desnuda geografía.

Allí, a las dunas de Concón, llegaron “invasores” de tierras ajenas. Arribaron seguros, con grúas y bulldozer, a doblarle la mano al destino de una naturaleza que creyeron que podían controlar con ladrillo y hormigón, con tejas y jardines, con fachadas y entradas de autos, con la certeza que las dunas se quedarían inmóviles, aplacadas.

Pero lejos de morir, indomables, las dunas vuelven una y otra vez a recordarles a los nuevos moradores que siguen vivas, tan vivas como bien lo saben los residentes de Bosque de Montemar. Asediados por los vientos del suroeste y por “las brisas de mar a tierra” -los mismos que dieron origen a estas dunas hace unos 25 mil años-, los vecinos sorprendidos reciben la humedad del océano que enfría sus casas, y las cubre de diminutos granos de arena que van invadiendo día a día sus amplias piscinas, sus estiradas alfombras, y penetran has en los closet, encaramándose a las prendas de vestir de quienes decidieron entrar en este territorio. La arena parece reírse de ellos, como queriendo cobrarles, ella misma, los intereses de una aventura que se prometió “libre” de molestias.

Pero no. Es que los arenales milenarios, de dinámica única, inestables, salados, ventosos, con plantas endémicas y huellas de un pasado precolombino que arribó en sus territorios, dejando conchales y restos de cerámicas, hacen de su formación un ecosistema irrepetible en el mundo y que se resiste a desaparecer. De eso, por ejemplo, da cuenta el estudio “Las dunas de Concón: El desafío de los espacios silvestres urbanos” (Sergio Elórtegui, 2005), que ampliamente exhibe la intrínseca riqueza natural de estos campos dunares, que en su flora autóctona incluyen pastos duros, matorrales xerófilos, cactáceos y flores de hermoso colorido (como el copitillo, la añañuca o la “lengua de loro) y en su fauna acogen a infinidades de arañas, escorpiones, cigarras, culebras, mariposas y una variedad increíble de aves (como loicas, diucas, zorzales, tencas, golondrinas y un largo etcétera).

La vida sigue, recuerda la arena. No nacieron para ser vencidas. Bajo sus mantos en perpetuo vaivén oculta respiraciones, procesos, ecosistemas y formas precarias de existencia que dicen presente. Las dunas lentamente avanzan sobre las bases de las casas, sobre el concreto, quizás vengándose de la injusta modernidad que quiso detenerlas, pero que olvidó que una década es apenas una irrisoria palmada sobre siglos y siglos de historia.

DOMÉSTICAS MOLESTIAS

Encantada por ese paisaje, que engañoso como un simple arenal ampara una abundante riqueza de plantas y animalitos, Macarena Solís (25) llegó hace cuatro años con sus padres a vivir a calle Las Hiedras de Bosques, como se conoce al hermoso barrio frente a las dunas.

Su familia optó por dejar un amplio departamento en Jardín del Mar, y entusiasta del paraje natural, hizo caso omiso de las advertencias sobre las incomodidades propias de este lugar en el que la gran mayoría de los viñamarinos –y los hoy conconinos- estuvieron. La tentación pudo más.

“Llegamos buscando un lugar tranquilo para vivir, teníamos vecinos conocidos y era un barrio seguro”, recuerda Macarena de ese arribo, que hoy tiene menos de seguridad y de comodidad, esto último, asociado especialmente al viento y la arena que se mete constantemente en las casas provocando pequeñas molestias que a la postre han sido el motivo de partida de no pocos.

“Es impresionante la cantidad de arena que se acumula. Tenemos que aspirar todos los días y hay horario para tender la ropa, de preferencia en la mañana, porque si lo haces después de las 4 de la tarde la ropa se llena de una arenilla que es tan fina, que aunque sacudas, se queda” cuenta esta profesional de las comunicaciones.

Si en verano son los delgados gránulos sobre la piscina, en invierno es la humedad, alimentada por la brisa costera y por la evaporación del terreno que sostiene estas casas, la que supera la protección de costosas pinturas antihongos. La humedad y el frío también han ahuyentado a familias con hijos pequeños, después de que éstas debieran enfrentar largos cuadros de bronquitis y gripes al amparo del invencible clima.

“Acá llueve y puede pasar un mes sin que las casas se sequen. Tampoco puedes mantener mucho las ventanas cerradas. Yo tengo familiares en el edificio Grecomar, en Reñaca, que tienen un departamento de verano y deben pagarle a alguien exclusivamente para que vaya a abrir las ventanas porque de lo contrario se cubre de hongos y hay mal olor”, agrega Macarena.

NO ERA LA DEHESA

No por nada los corredores de propiedades reconocen también una caída en la demanda por residir en los barrios próximos a las dunas y en  las casas de Bosques de Montemar, con lujosas residencias cuyos valores fluctúan entre los $100 millones y los $600 millones.

Basta sólo ver los numerosos carteles de arriendo y venta en las propiedades del sector para notar que algo sucede. Y así lo confirma Jorge Labrin, corredor de L&V Propiedades de Viña del Mar, quien no duda en afirmar que Bosques de Montemar, “el barrio del que alguna vez quiso hacerse La Dehesa viñamarina, pero no fue”, como dice, hoy experimenta una caída considerable en la demanda.

“Pese a que fue el boom inmobiliario a fines de los ’90, al ser una zona de viento, las arenas de las dunas se va hacia las casas, lo que en la práctica, para los usuarios es visto como un problema al adquirir una casa para vivir, para descansar, para relajarse. Ocurre que el encerado no dura, la arena cubre las piscinas en verano, afecta los motores purificadores del agua y todo ello aumenta los costos. Son una serie de problemas que algunos pueden considerarlos menores, pero que terminan por bajar la demanda”, comenta.

El factor “incomodidad” se ha transmitido de voz en voz entre quienes se tientan de vivir próximos al campo dunar lo que, como explica el corredor de propiedades, se traduce en que hoy opten primero por arrendar unos meses la propiedad que les interesa antes de decidirse a comprar.

Es que a juicio de Jorge Labrin, en Bosques de Montemar, junto con la presencia de las dunas, una mala decisión en la orientación del barrio y la ausencia de forestación terminaron por ahogar el lujoso proyecto en el valle de arena. “Si hubiera mantenido forestación eso se pudo haber evitado porque, como se sabe, la vegetación es la mejor ayuda para corregir los errores de los arquitectos…”, reafirma el corredor sobre esta zona, que cubierta de arenales sólo deja crecer docas, obligando el traslado de tierra de hojas si la idea es tener jardines de rosas y flores.

RESISTENCIA DUNAR

Pero a medida que crece el desarrollo inmobiliario, con torres y más torres empinándose hasta casi perderse en las nubes, los aserrados arenales, como un reloj de arena van moldeando lentamente su figura.

Las dunas se resisten a desparecer y porfiadamente van cubriendo con sus granos, casas, calzadas, camino costero e incluso algunas de las torres situadas a la altura de Cochoa, que han debido reforzar con gruesos muros las espaldas de sus estructuras para evitar que la presión constante de este ser “viviente” que se mueve lento, pero que se mueve sobre el litoral, termine por desfigurarlas.

Y es ahí cuando surge la pregunta, cuando se duda de la soberbia que todo cree poder moldear. ¿Ése imperceptiblemente movimiento podría un día hacerlas caer?

Una interrogante que es mirada con prudencia entre los especialistas de obras civiles y suelos, tanto así, que esquivos ante la consulta de “El Observador”, coincidieron en identificar a un experto en mecánica de suelos de la Universidad Santa María, el que al ser contactado por Escafandra se excusó de entregar una opinión señalando que no tiene experticia en el área dunar.

No obstante comentó que “personalmente no es asiduo a realizar estudios de suelo para proyectos en el área dunar porque se trata de un terreno peligroso, con laderas inclinadas que se van a deslizar, al tener terreno suelto en la parte superior”, como graficó.

Aclaró, eso sí, que “todos los edificios están bien fundados, y tienen hasta seis pisos de profundidad para evitar cualquier crisis. No creo que pase nada con un terremoto, aunque tampoco en esas cosas se puede asegurar ninguna cosa con certeza”, dijo.

Similar juicio tuvieron desde la dirección regional del Servicio Nacional de Minería y Geología (Sernageomin), que si bien su fuerte se orienta hacia la producción extractiva, dijeron preferir omitirse del debate en los aspectos geológicos, por cuanto la complejidad del tema exige mayor preparación en los argumentos.

El académico de la Universidad Federico Santa María (USM), Carlos Aguirre, ingeniero civil especialista en ingeniería sísmica, agregó que del punto de vista del riesgo, suponiendo un proyecto bien ejecutado y con una mecánica de suelos adecuada, “no debiera producir impacto la calidad del suelo”, aunque sí reconoció que las precauciones que deben tomar en este tipo de terrenos, tanto el mecánico de suelos como el ingeniero estructural, derivarán en fundaciones más profundas, con sistemas de pilotajes y muros de contención.

“Evidentemente representa un mayor costo para quien construye en zonas de dunas. Esto puede significar eventualmente un impacto en el costo de las viviendas.  Si se da esta condición, el usuario compraría viviendas más caras, producto de la necesidad de fundaciones más costosas y muros para contener las dunas, los cuales no son imperativos en terrenos planos, parados sobre tierra firme”, comentó, insistiendo eso sí en que “las características del terreno, no debieran incidir en la seguridad del proyecto; eso es parte del proceso de diseño”.

SENTENCIA YA ESCRITA

El biólogo Sergio Elórtegui, presidente del Taller La Era, fue promotor del libro “Las Dunas de Concón…”, proyecto que lo ayudó a conocer este ecosistema único, tras elaborar un invaluable trabajo con alumnos del colegio Sagrada Familia de Reñaca y un equipo de científicos que registraron cada una de las especies que habitan en el lugar.

Para el profesional “las dunas son ecosistemas complejos que contienen cientos de especies; durante miles o millones de años estos organismos han evolucionado para adaptarse a ‘la vida dunar’. Las Dunas de Concón son dunas muy antiguas, ‘dunas fósiles’ que poseen una biodiversidad que es propia y que se ha desarrollado durante el último millón de años”, dice sólo a modo de descripción de este verdadero “universo” de arena.

¡Y están vivas! “Las dunas son dinámicas en todo sentido, los granos de arena se mueven por acción del viento, igual que muchas de las plantas y animales. Las personas que sólo ven arena es porque no se han detenido a observarlas con detención. Durante los tres años que nos llevó construir el libro de las Dunas de Concón logramos observar una enorme expresión de vida reflejada en cientos de especies vegetales y animales”, dice Sergio Elortegui, quien pese al encanto por la zona, asume que su frágil ecosistema frenará el desarrollo inmobiliario.

“Es ver la ‘tortilla dada vuelta’, las dunas no tienen oportunidad de oponer resistencia al poder modificador del entorno que posee el hombre; menos una duna tan frágil y de extensión tan reducida. No hay freno alguno, según nuestro trabajo y el de otros investigadores en los próximos 10 años el campo dunar se reducirá en un 90% dejando un pequeño santuario (ver recuadro) que difícilmente reflejará el increíble ecosistema que fue el campo dunar original. El actual desarrollo urbano muestra poco interés por incorporar las áreas silvestres que posee el entorno de las ciudades y se rige por el mercado”.

Las dunas están vivas…y entre vientos, noches y amaneceres va fraguando una lenta venganza que nadie puede saber cómo terminará. Sólo el tiempo –inexorable- nos mostrará los resultados.

CRONOLOGIA DE UN SANTUARIO

En el año 1992 la comunidad de Concón presentó las primeras solicitudes al Consejo de Monumentos Nacionales para declarar las 45 hectáreas de terreno dunar, propiedad de la empresa urbanizadora Reconsa S.A, como Santuario de la Naturaleza.

En 1993 se anunció la preservación de la totalidad de esta zona pero al año siguiente, bajo el mandato de Eduardo Frei, el decreto supremo redujo dicha superficie a 12 hectáreas, 9,7 de ellas en Concón y otras 2,3 en Viña del Mar, todas emplazadas en los terrenos más degradados del campo dunar.

Tras extensas gestiones con la empresa impulsadas por el municipio de Concón y diversas acciones de la comunidad en pro de la defensa de los arenales, fue sólo en enero de este año que se oficializó el nuevo decreto del Consejo de Monumentos por el cual se logró aumentar a 19,5 las hectáreas de dunas protegidas en Concón, que además fueron reubicadas sobre el área superior a la Roca Oceánica, la de mayor riqueza natural y que es precisamente alimentada por el ecosistema marino, resultando vital mantener el área libre de estructuras que intervengan la retroalimentación de nutrientes en este ecosistema.

1 comentario

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*