Patada maletera

La imagen de Harald Beyer rodeado de quienes lo apoyaron hasta el final da cuenta de su ingenuidad en el juego político. El destituido ministro estuvo convencido hasta el final de que el responsable exclusivo de su salida fue la oposición. Nunca reflexionó que las culpas recaen en toda la clase política, incluyendo a los que sollozaban en medio de su discurso en el hall del senado.

Beyer escuchó pacientemente a los 38 senadores. En su propia cara, el senador Navarro ironizaba asegurando que «el ministerio de Educación tiene altas tasas de mortandad». En su defensa se alzaba la vocera de Gobierno gesticulando un notorio «huevón». Ése es el mundo al que fue invitado hace 15 meses… un mundo ajeno a él.

Por grandes que hayan sido los esfuerzos del oficialismo por estirar los alcances semánticos de la palabra «juez» que establece la Constitución, lo cierto es que la acusación constitucional es una instancia política. La más política que conozcamos en Chile. En 2008 la derecha bien lo entendió así. Y eso tiene mucho que ver con lo que aconteció el 17 de abril de 2013.

Beyer recibió una patada maletera como respuesta a la que sus propios compañeros de equipo pegaron cinco años atrás. Lo triste es que el ex ministro nunca lo dimensionó. En la última instancia de argumentación, el académico hizo un mea culpa por la destitución de Yasna Provoste -en la que él nada tuvo que ver-; sin embargo, el mea culpa nunca llegó de parte de sus pares. Ellos, a diferencia de Beyer, entienden que en la cancha se pega y también se recibe. Un jugador nunca va a calificar una patada como «injusta»; y sería raro que se disculpara por pegar una. Cuando una patada se vive desde dentro de la cancha, no existe el valor de la justicia.

Sin embargo, sí existen resultados injustos. Es porque la ponderación de los merecimientos no es un ámbito de los actores, sino de los analistas. Es la diferencia entre la perspectiva de quien vive una instancia, respecto de quien la observa… quizás por eso tanto futbolistas como políticos son tan malos comentaristas.

Beyer siempre vio los acontecimientos como si estuviera aún en la tribuna, a pesar de que hace 15 meses lo introdujeron a un juego que «es sin llorar». Así al menos lo ha descrito uno de los pesos pesados que lo acompañó en su jornada final; se trata del mismo personaje que en un libro celebró el triunfo político que significó la destitución de Provoste, pero que el miércoles lo apoyó frente a lo que seguía siendo una «injusticia» mirado desde los políticamente ingenuos ojos de Beyer. El tiempo pasará, y mientras el académico con cara de bonachón se seguirá lamentando por lo sucedido, convencido de que un jugador limpio no debería recibir patadas maleteras, sus adversarios y sus otrora compañeros seguirán jugando un partido que no empezó ni terminó con su destitución. Es la diferencia entre los que están hechos para ser espectadores y los que viven sin miedos un juego que no sabe de injusticias.

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